30/7/09

James Olrac

Al Norte de Edrest en esas blancas tierras una caravana de carretas tiradas por lobos gigantes, se acercaba a un humilde poblado. Los Olrac llegaban de una noche de cacería, bajaron con las tripas llenas mas no satisfechos. Ya amanecía y sus transformados cuerpos volvían a la normalidad ante los rayos del astro matutino. A las afueras de esa localidad hacían su comuna de tiendas. Donde los hombres adultos dormían en ellas. Pues pasaron la noche asechando grandes presas de las cuales obtuvieron la preciada carne fresca. Las madres iban con sus hijos a la plaza a hacer actos artísticos por unas cuantas monedas. En eso James y su padre dormían en sus respectivos tapetes. Su madre Acacia con su pequeña hija salía de la tienda, pues partían a la plaza; y así entrenaba a la niña en el camino del bardo. Bailaban, cantaban y en medio del acto hacía que la menor formulara hechizos simples de magia para pulirla más.

Raquel no era ilusionista como su hermano James; todo indicaba que la hermanita nació con magia espontánea de tipo arcana. Así pasaba la mañana en aquel helado lugar, mientras el señor Adiel se levantaba. —Despierta Jim, es hora de buscar trabajo. >>Iremos al Bar de Lockie a llenar los odres con vino—. —Dijo su padre mientras lo jamaqueaba. El joven se levanto y fue a bañarse en una cubeta de madera. Se quito la simple ropa y se metió en el agua tibia que lo iba despertando. —Hoy es mi último día en la jauría, hoy cumplo mis dieciocho; me pregunto si en mi nuevo viaje volveré a ver a mi hermano mayor—. —Piensa James, en el relajado baño. Con la corteza del árbol de jaboncillo se frota el cuerpo, este material se vuelve espuma al tocar el agua. Se lavo el pelo con la espuma y lo enjuago. Salio y seco su cuerpo con un manto, el cual ciño a su cintura y se afeito con una daga usando la blanca sustancia del árbol de la costa sureña.

Mientras el señor Adiel recogía los odres, James tomaba la infusión de menta que les dejo en la hoguera su madre. Con el cual lavaban sus bocas y dejaba un aroma refrescante. —Nada mejor para disipar el aliento a carne cruda que la menta. Escupió el te después de varios buches y fue a vestirse. Se puso unos anchos pantalones de lino blanco y ajusto sus botas de cuero que le cubrían las espinillas. Dejo caer sobre su torso una camisa de mallas y se coloco una armadura de cuero curtido, adornado con púas. Remato el atuendo con una capucha negra un poco maltratada y salía de la tienda con látigo en mano. Su padre le lanzo la bota de vino. —Toma, iré a ver que misión nos ofrecen en el bar, mientras llenan de vino estos odres. Caminaban hacia la entrada del pueblo, mientras James se ata la melena castaña con una tira fina de color ébano. Seguido se cuelga el odre del hombro y saca su harmónica de su bolsillo; ese preciado instrumento de viento que encierra lo vivido en su niñez. Con el cual paso el entrenamiento de bardo por el que ahora pasa Raquel. La sostiene y empieza a tocar una melodía con un ritmo campestre y alegre. Que hace que los guardias ni se percaten de su entrada. Así penetran en el pueblo sin ser cuestionados. Guarda el instrumento y con un andar danzarín va directo con Adiel a la taberna local.

Allí estaban en Overton. Ciudad de herreros y leñadores donde había movimiento comercial todo el día. Rodeados de cabañas de pino y lujosas casas de herreros que se levantan como carta de recomendación de sus trabajos de orfebrería. Armerías y talleres ebanistas flanqueaban la calle principal la cual estaba a tope de enanos y cíclopes. Las razas herreras por excelencia en todo Edrest. En medio de esa calle quedaba la plaza donde estaban los niños con sus madres ganándose el pan. En medio de la trayectoria Adiel se desvía hacia una herrería a cuatro edificios de la entrada a Overton. El dueño del taller era un ciclope de nombre Dárion: un tosco semigigante, pálido y gruñón. —Buenas, que desea señor. >>Dígamelo rápido que no es el único cliente y tengo encargos que terminar—. —Dice toscamente sin ver la cara de Adiel. El amargado herrero. Mientras Dárion pasa un trapo en el mostrador. James va hacia donde su padre. —Papá. El bar de Lockie queda justo al frente. >>¿Que haces?—. —Se acerca y pregunta curioso el joven bardo. —Aquí iba a pedirle a este CAVERNARIO!!! ; que le hiciera unas modificaciones a mi escudo. >>Pero parece que no reconoce la voz de las personas a las que les debe favores—. —Dice un poco molesto el señor Adiel. —Solo conozco una persona capaz de hablarme así y quedarse tan tranquilo. >>Es un saco de pulgas llamado Adiel Olrac—. —Responde en tono burlón el herrero Dárion.

Seguido el par se funde en un estrechón de manos. Señal de una añeja amistad. —Bueno, quiero que me pagues lo que me debes de aquella misión. >>Que me mandaste a las montañas de esta localidad a buscar un metal especial y resulto que estaba custodiado por Hombres oso. >>Tras de difícil fue insoportable lidiar con esas bolas de grasa. >>Así que me debes las molestias adicionales—. —Le reclama el señor Olrac. >>Se me ocurrió como saldaras la diferencia. >>Con dicho metal le harás púas a mi escudo para que sea uno armado—. —Frasea risueño el listo licántropo. —Sabes la habilidad mágica de ese metal. >>Porque por algo estaba escondido y protegido en la montaña—. —Le indaga Dárion a Adiel. —De hecho cuando use la barra de metal como mazo; allá en las alturas lo capte a la perfección. >>Es la unión de contra ataque y defensa mas precisa que he conocido—. —Dice complacido Adiel. —Bueno, me tardare un rato en tu escudo. >>Regresa en una hora y lo tendrás en tus manos—. —Le afirma confiado el ciclope. —Como digas en una hora pasare por aquí. >>Estaré en el bar de Lockie. >>Cualquier cosa ya sabes donde encontrarme. >>Vámonos hijo nos espera el vino y varias cosas más—. —Se despide el señor Olrac del Herrero.

Van caminando tranquilamente y el perro que esta acostado en la entrada del bar se levanta y los sigue. Abren la puerta y entran a un salón con cinco mesas redondas con sillas de madera. Allí están los típicos borrachos, jugadores, mercenarios y las prostitutas que laboran en la planta alta del bar. Se sientan en los taburetes de la barra y colocan los odres sobre ella. El bar de Lockie es un lugar frecuentado para buscar información de valor para la vida de un mercenario. Y ese estilo de vida era el de una gran parte de los Olrac; entre ellos Adiel y James. —Buenos días Lockie. >>Llénanos estos odres con vino. >>No te preocupes por la paga. >>Animaremos el lugar a cambio de eso y más—. —Negocian tranquilamente con el dueño del local. —Bueno espero que el espectáculo valga cada gota de mi vino por lo menos—. —Responde Lockie mientras llena uno de los odres. Lockie era un hombre calvo con poca higiene que no resaltaba precisamente por su belleza. La cual solo estaba dentro de sus valores. —Bueno, Lockie tienes algún instrumento musical que me prestes—. —Le dice Adiel al cantinero mientras James saca su harmónica de los bolsillos. —Bueno por aquí ahí un viejo banjo. >>Si quieres hasta te lo puedes llevar que solo cría polvo—. —Dice el hombre de pecho velludo al sacar el instrumento de cuerda.

Adiel empieza a afinar el vejestorio y va con su hijo al centro del salón. Le sacude las telarañas y apoya su pierna en una silla. —Bueno comencemos, Jim—. —Dice Adiel en un gesto de total concentración al tiempo que coloca su sombrero en el suelo. >>Y uno y dos y tres…

Si quieres aventuras,
Y acción a granel,
Ven al bar de Lockie,
Que misiones y problemas,
Aquí se encuentran a tutiplén.

En la segunda planta,
Mujeres dulces y calientes,
Sus cuerpos ofrecerán,
Si eres buena paga,
Hasta el más horrendo puede gozar.

Licor de primera,
En este bar hallaras,
Si tienes hambre, un festín te servirán,
Hasta que tu panza explote,
De la saciedad.

El juego y la avaricia,
Se mezclan hasta matar,
Por unas cuantas monedas,
E visto vidas expirar,
Si apuestas amigo, procura no ganar.

Lockie; llena los odres,
Y sirve los tarros,
Que los borrachos,
La fiesta armaran,
Hasta cagar de la ebriedad.

Mientras los clientes oían la canción y echaban monedas en el sombrero de Adiel. El ambiente cambio de aburrido y sombrío a mas alegre y movido. Lockie estaba tan complacido que ofreció una ronda gratis. La clientela aumento gracias al par de bardos que atrajeron a las personas de la calle. Gracias al acto, padre e hijo no tan solo ganaron dinero sino también licor y comida como obsequio. En eso un borracho agrede al perro que llego con James al lugar. El muchacho agarra al ebrio del cuello de la camisa y lo pega a la pared más cercana. —Porque no te metes conmigo acaso no vez que el can solo pide un poco de comida—. —Le espeta James a un sorprendido leñador mientras frunce el ceño. —Muchacho insolente. >>Suéltame. ((De donde saca tanta fuerza))—. —Se expresa arrogante el ebrio tosco al tiempo que piensa en medio de la confusión. En su borrachera observa los ojos pequeños y rasgados del joven que se tornan en un rojo sangre. —Que demonios er…—. —Del terror enmudece el hombre maduro. —Mierda, la juventud ignorante—. —Dice Adiel mientras se levanta.

En un movimiento giratorio un aura azul celeste sale de las manos del padre; dejando a todos los del bar sumidos en un letargo. —CALMATE!!!—. —Grita desesperado Adiel a su hijo. Mientras de las yemas de los dedos de James surge una energía roja que se hunde en la frente del desafortunado distorsionándole la realidad. Volviéndolo victima de un pavor irracional del cual solo Lyrien tendrá conocimiento. James suelta al atormentado, el cual cae sentado al suelo con una cara de franca paralización. Esta sufriendo una alucinación que lo hace sudar frío de la fobia. El hechizado se incorpora y va a paso apresurado hacia los taburetes con un mirar inquieto. Agarra su hacha y empieza a dar golpes sin sentido por todo el lugar. Mientras los bardos solo se limitan a esquivar hachazos. El viejo Adiel evita que corte a un cliente, embistiendo al leñador con los hombros. El cual cae al piso diciendo incoherencias. —Este lugar esta lleno de perros. >>Están por todas las mesas y me quieren atacar—. —Dice el ebrio con la vista ida. >>Maldito perro me has tumbado pero ya veras saldré de aquí ileso—. —Dice el leñador a Adiel, mientras su cuerpo tiembla de pánico.

Se dispone a enterar su hacha en Adiel; cuando un látigo abraza la filosa arma y arrastra al perturbado sobre la vieja madera. El arma blanca se resbala de las manos de su dueño y es enviada por James a la pared del fondo. Que es herida por su filo. Allí se yace suspendida, como decoración sobre la pianola. El pobre leñador se allá indefenso ante el espejismo mágico. Aterrorizado da la espalda al par y se arrastra. Temblando se para y sale corriendo del lugar. —LOS PERROS ME QUIERREN COMEEER, NO VUELVO A PATEAR A UN CAN EN MI VIDAAA!!!—. —Grita el ebrio en medio de su huida. Adiel y su hijo se mueren de risa, mientras recogen sus cosas y le dejan un suculento muslo de pavo al perro. El motivo de tal disputa. En el exterior Dárion y todo el comercio observa la demencia de la victima. —Ja, con que fobia a los perros. >>Estúpido ebrio. ((Esto me huele a que hizo fiesta el viejo zorro))—. —Se burla y dice para si Dárion. —Huy apesta a ron. >>Asqueroso loco—. —Comentan un grupo de damas en un local de carpintería.



Mientras muy alegres los bardos empiezan a buscar que llevarse; pues Lockie y la clientela estarán un buen rato dormidos. —Bueno, James se discreto y toma provisiones que yo me llevo este barril de cerveza—. —Dice Adiel con un gesto pícaro que es enmarcado por una gris cabellera. —Siii, lo dice el señor discreción. >>Si quieres llévate uno que sea más grande—. —Dice James en tono sarcástico al tiempo que se desata la capucha negra. Entra al otro lado del bar y abre la puerta de la despensa. Donde empieza a surtirse de trozos de carne cruda. —Hey, mas respeto que soy tu padre que te crees que porque tienes huevos de hombre me puedes salir con tus chistecitos—. —Regaña el padre a su hijo, mientras posa el barril sobre la barra. Saca una fundita para echar las monedas en ella y se pone su sombrero de ala ancha, mientras pone el saquito en un bolsillo de su pantalón. Le deja un par de monedas a Lockie junto a su peludo brazo. —Me llevo el banjo ya que no le dan uso. >>Jim, carga tu odre que yo me llevo el mío.

En eso James le hace un lazo a su capucha donde se lleva sus buenos pedazos de cordero fresco y se topa con otra bota de vino, la cual suma al botín y sale de la despensa. Coloca la capucha a rebosar de carne en la barra para colgarse los dos odres y pasa a ver la pared del lado izquierdo del local. Allí se coloca información de misiones y papeles de se busca. Los cuales tienen recompensas. James arranca unos cuantos avisos de estos; para su asombro se encuentra allí con una ilustración inconfundible…
—PAPA!!!—. —Le grita asombrado el joven a Adiel. —Que pasa Jim, alguna paga con muchos ceros—. —Responde relamiéndose a su hijo. —No. >>Solo mira este papel de se busca—. —Dice decepcionado el muchacho. James le pasa el papel a su padre sin mirarle la cara y cierra los ojos, pues ya sabe la reacción que tendrá. Adiel le quita el papel amarillento a su hijo y lo que ve lo sobresalta. El coraje y la sorpresa se dibujan en un solo gesto facial. —Por Lyrien, el cabezotas de Dan se ah unido al ejercito del Rey Ragaz y el hecho de que en la ilustración salga transformado no es lo mas que me molesta sino porque mierda acepta a un Hombre Oso como compañero—.
—Comenta alterado el Señor Adiel. —Padre si lees la información te enterarías de que mi hermano es líder de esa facción compuesta de Licántropos y Vástagos. >>Están saqueando los pueblos de la costa Oeste del Reino que se resisten a los deseos del Rey—. —Le informa James a su conmocionado padre. —Si, es una pieza de ajedrez en el juego de ese bárbaro. >>Ragaz seguro lo que quiere es apoderarse de los puertos de esa zona. >>Ahí que abrirle los ojos al idiota de Dan y a todos los licántropos posibles—. —Sugiere Adiel al meditar la situación. >>Los usa como animales de carroña y no se enteran. >>Expandiendo su imperio de terror a costillas nuestras.
—Aumentando el pánico en los pueblos enfatiza el rechazo que nos profesan. >>Será CABRON!!!. >>Seguro les ofrece una patraña pero nos ve igual que todos; como bestias nacidas para matar—. —Vocifera James en la barra, mientras golpea la misma con su puño. —Si el Másibal logra lo que estamos pensando obtendrá poder marítimo; surgirán los conflictos en altamar que ocurrieron en antaño y con las naves su dictadura llegara a Arkha y demás tierras occidentales—.
—Concluye Adiel y guarda el papel. —No solo eso; los Másibales tendrán libertad de venir aquí con mas facilidad. >>Ningún jefe de esos puertos que todavía sean libres podrán negarse a Ragaz o sus compatriotas. >>Los que lleguen no tendrán mas ley que la suya y comercios que les convengan a ellos o al Rey—. —Dicho esto James toma su capucha llena de carne.

Salen del bar inquietos con su botín hacia la herrería a buscar el escudo armado. —Dárion, ¿ya esta el escudo?—. —Pregunta Adiel mientras observa los alrededores. —Claro. >>¡Como lo dudas perro canoso!. >>Aquí lo tienes—. —Le dice con total confianza el ciclope. >>Los noto algo apurados; ¿porque será? Jajaja—. —Se burla Dárion, pues ya conoce las costumbres de los Olrac. —Toma Jim, este escudo es mi regalo. >>Hoy es tu ultimo día en la jauría ya eres un hombre—. —Le dice el señor Olrac a su hijo con un gesto pícaro y feliz en su rostro. —¡De verdad es para mi!. >>Gracias papa. >>Nunca lo dejare botado—. —Dijo James emocionado. Sus ojos brillaban expectantes ante las púas traslucidas como el vidrio y duras como el acero. Le dio las ropas llenas de carne para colocarse el escudo en la espalda. Le daba un aspecto de un humano con caparazón. —Bueno, toma tu capucha repleta de carne que nos vamos de aquí—. —Le advierte el señor Adiel en un tono apresurado. —Si. >>Mas vale que se larguen que el supuesto demente se lanzo del campanario y lo que dejo fue un charco carmesí frente a la plaza—. —Les informo Dárion muy seriamente. —Por eso el escándalo se hizo mayor. >>Ya veo—. —Dice Adiel preocupado. —Correcto y ahora los guardias están investigando el porque de su muerte—. —Le comenta el herrero.

En eso llega corriendo Acacia con su hija y James se agacha al sentir el celaje de la mano de su madre que termina en un golpe fallido. —No me cabe duda, lo ocurrido fue causado por uno de tus hechizos—. —Dice Acacia disgustada. —Hermano el borracho cayó e hizo el mismo ruido de los huesos al romperlos en la comida—. —Dijo muy contenta la pequeña ingenua. —Raquel lo que viste no fue un chiste, así que borra esa sonrisa sino quieres un castigo—. —Regaña Acacia a la pequeña bardo. Adiel leda el banjo a su señora la mira a los ojos y suspira. —Ahí noticias peores tenemos que recoger las tiendas y partir de inmediato al Oeste. >>Dan esta poniendo en juego su lado humano; tenemos que encontrarlo—. —Le comenta a su esposa, apesadumbrado. —Bueno, yo tengo que entregar un pedido personalmente a unos pueblerinos, en los muelles cerca de la desembocadura del río—. —Comenta Dárion, mientras se acaricia el mentón. >>Sino te molesta Adiel. >>Podría ir con ustedes y de paso recordamos viejos tiempos. —Claro porque no troglodita. ((Alguien que tiene sangre de gigante en las venas es de mucha ayuda en la batalla)) Recoge todo lo que necesites que nos vamos con el ocaso—. —Dice reservándose sus pensamientos el señor Olrac.

Dárion llena su gran bulto de cuero curtido con el arsenal que va a entregar. Coloca algunas provisiones en el mismo y agarra su enorme martillo que lo ah acompañado desde su juventud; mucho antes de asumir la profesión de herrero. Llena una fundita con monedas y cierra su taller de herrería. —Antes de irme debo dejar el taller a cargo de mi ayudante y entregarle las llaves del lugar. >>Nos vemos al rato en la salida—. —Da media vuelta y se despide el ciclope que se aleja y se pierde de vista en unas callejuelas cercanas. Los Olrac siguen su camino hacia la entrada del pueblo y empiezan a cantar una melodía que distrae al guardia del portal. Acacia y Raquel danzan al ritmo de la música, mientras los dos picaros hacen una reverencia al guardia de armadura gris. El efecto de su acto imposibilita que el honorable portero vea el barril de cerveza y demás posesiones hurtadas. Siguen el trayecto y al llegar a la comuna avisan a la jauría de lo ocurrido y comienzan a desmantelar las tiendas y a preparar todo para marcharse. —Madre esta carreta es nueva en el grupo ¿de quien es?—. —Cuestiona curioso James, mientras acaricia el lomo de uno de los lobos gigantes que estaban unidos a esta por un yugo. —Es la tuya James. >>Es nuestro obsequio por tu nueva vida a punto de iniciarse. >>No vas a comenzarla a pie o si—. —Dice Acacia a su hijo con un grupo de miembros de la comuna a sus espaldas y la pequeña Raquel delante de ella.

La escena del momento fue enmarcada con el inicio de una nevada. Los copos de nieve caían mientras el joven bardo trataba de contener la sensación calida de sentirse tan apreciado por los suyos. Tras varias zancadas abraza a su madre y la levanta del suelo. —Suéltame muchacho que ahí que tener todo listo antes de que caiga el sol—. —Dice con alegría la señora Olrac al tiempo que su hijo la deposita en terreno firme. Entre tanto en una calle estrecha; Dárion llega a una humilde casa a unas cuantas cuadras del camino principal del pueblo de Overton. Da unos toquecitos a la puerta y una mujer menuda y percudida le abre la misma. La pobre señora no alcanzaba a ver más allá del abdomen del ciclope por lo que alzaba su mirada cansada para mirarlo al ojo. —Buenas tardes señor Dárion, enseguida le aviso a mi hijo de su presencia—.
—Dice cortésmente la mujer de ojos color miel y ropas marrones. >>Si no es molestia pase y siéntese como en su casa—. —La señora se aleja y cruza la sala principal y entra a un cuarto.

Dárion se encorva un poco y entra a la sala, seguido cierra la puerta y se acomoda en el suelo de la estancia. Se pone a jugar con las llaves de su herrería y piensa que los muebles del lugar son muy frágiles para el. Pero el muro de piedra le servia de espaldar. Al momento un joven fornido con el torso desnudo sale del cuarto. —Buenas Jefe como se encuentra. >>Que me toca forjar hoy en la herrería o quiere que lleve un encargo ya terminado—. —Le dice el joven de pantalones gastados sin mirarlo a la cara con un tono que solo expresa el desgano que le causa la monotonía diaria. —Estoy bien y necesito un favor tuyo. >>Me voy a entregar las armas que me pidieron en el oeste personalmente; si te enviara a ti, seguramente no regresarías vivo y yo intimido mas que tu. >>Voy a dejar el negocio en tus manos en lo que este fuera de Overton—. —Le informa fríamente al muchacho sobre sus nuevas responsabilidades. —Pero Jefe lo que hará significa armar a los oprimidos por Ragaz; es darles esperanzas de una resistencia y puede que el reino lo declare enemigo—. —La preocupación se refleja en el rostro del muchacho de piel de bronce. —Yo que tú me preocuparía por ponerme un abrigo porque ha comenzado a nevar y mas te vale mantener la herrería a flote mientras no este. >>No quiero perder mi clientela—. —Le advierte Dárion un poco molesto. >>Además el dinero es el dinero y ningún honorable trasero real me va a decir a quien debo vender mi trabajo o no. >>Entendido Clastos, ahora tráeme esos guanteletes mágicos que te ordene esconder. —Pero señor Dárion usted me dijo que el día en que volviera a pedirme a Relámpago y a Centella era porque volvería hacer algo más que crear espaditas en una fragua—. —Le recuerda Clastos a su maestro de herrería. —Correcto y ese día esta cada vez mas cerca—. —Le responde el ciclope a Clastos con una sonrisa maliciosa. —Bueno sígueme hasta el sótano, ya que veo que es muy urgente y es más fácil para usted cargarlos—. —Empiezan a caminar hacia el cuarto de la izquierda y Dárion se cruje los dedos en el trayecto.

Clastos mueve unos cajones y abre una puerta en el suelo del interior emanan nubes de polvo. Descienden por una escalera y allí estaban el par de guanteletes de acero que tienen un arcano grabado y dividido por las dos piezas metálicas. Dárion fue y se los puso. El metal al estar en contacto con su piel se ilumino en el área de los grabados. Centella brillaba en un rojo intenso en su siniestra, mientras de Relámpago emanaba una luz blanca e inquietante en su mano derecha. Una corriente eléctrica navego por todo el cuerpo del semigigante y en un gesto de relajación total truena su cuello y se dibuja una sonrisa franca en sus labios. —Bueno es todo. >>Toma las llaves del taller y esta es la despedida; nos veremos algún día muchacho—. —Se retira dando un saludo militar a Clastos y sube las escaleras apresurado. Clastos va detrás y cierra el sótano. El ciclope llega al comedor agarra una barra de pan duro y la devora. —Cuando el martillo no sea suficiente de mis manos nacerá el trueno—. —Dice Dárion al terminar de comerse el pan.

Sostiene su martillo con Centella y lo recuesta de su hombro. >>Ah, Clastos. >>Para la próxima, dile a tu madre que me ofrezca aunque sea agua. El joven le abre la puerta mientras se agacha y sale de la casa. Clastos le da un estrechon de manos y cierra la puerta. Dárion apresura el paso por las callejuelas hasta dar con el camino principal. Ve por ultima vez su local como queriendo despedirse de algo inerte. Observa que ya los guardias están en los predios del Bar de Lockie y empieza un andar más natural hasta la salida de Overton. Ya esta frente al portal el cual encuentra cerrado. Va hacia donde el guardia y le dice que tiene que salir a entregar un encargo de su Herrería. —Esta comenzando a anochecer y las puertas se cierran hasta el amanecer—.—Le comenta el guardia con firmeza al ciclope. —Eh, no se, pero creo que soy lo suficientemente GRANDE!!!. >>Para cuidarme solo allá afuera. >>Así que abre la puerta, pequeñín cubierto de placas de acero—. —Le dice Dárion en medio de una carcajada. —Bueno fanfarrón, ya que te sientes muy listo te dejare pasar y espero no encontrarte por el olor a putrefacción—. —Dice con desden el guardia al gigantón.

Dárion se queda atónito al escuchar semejantes palabras de alguien que es como un bastón de madera vieja entre sus manos que se rompe con facilidad. El guardia abre las puertas y el ciclope sale del pueblo. Ante él esta la caravana de carromatos lista para partir y se dirige hacia la carreta que dirige Adiel. —Bueno, saco de pulgas en cual de estos carromatos me monto—. —Dice sonriente el ciclope a su viejo amigo. —Serás el primer pasajero que lleve mi hijo a algún lugar el solo—. —Le dice Adiel con una carcajada. Se va caminando hasta la carreta de James y se monta en ella. —Bueno muchacho espero que seas menos cabezotas que tu padre—. —Le comenta un poco cortante el ciclope al joven bardo. —Agarrese bien señor Dárion que la aventura apenas comienza—. —Le sugiere James con una sonrisa que Dárion define como la de un hijo de Perra. El astro incandescente se oculta y la caravana de los Olrac se va alejando de Overton y del norte de Edrest. El ruido de las ruedas se hace cada vez más tenue. Hasta que todos se hacen uno en la oscuridad.

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